V.
Dios mío, ven en mi auxilio.
R.
Señor,
date prisa en socorrerme.
Gloria
al Padre, y
al
Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.
Aleluya.
Esta invocación inicial se omite cuando las
Laudes empiezan con el Invitatorio.
HIMNO
Buenos
días, Señor, a ti el primero
encuentra la mirada
del corazón, apenas nace el día;
tú eres la luz y el sol de mi jornada.
Buenos días, Señor, contigo quiero
andar por la vereda:
tú, mi camino, mi verdad, mi vida;
tú, la esperanza firme que me queda.
Buenos días, Señor, a ti te busco,
levanto a ti las manos
y el corazón, al despertar la aurora:
quiero encontrarte siempre en mis hermanos.
Buenos
días Señor resucitado,
que traes la alegría
al corazón que va por tus caminos,
¡vencedor de tu muerte y de la mía!
Gloria
al Padre de todos, gloria al Hijo,
y al Espíritu Santo;
como era en el principio, ahora y siempre;
por los siglos te alabe nuestro canto. Amén.
|
SALMODIA
Ant.
1.
Tu luz, Señor, nos hace ver la luz.
Salmo
35
Depravación del malvado y bondad de Dios
El
que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Jn
8,
12)
El malvado escucha en su interior
un oráculo del pecado:
«No tengo miedo a Dios,
ni en su presencia.»
Porque se hace la ilusión de que su culpa
no será descubierta ni aborrecida.
Las palabras de su boca son maldad y traición,
renuncia a ser sensato y a obrar bien;
acostado medita el crimen,
se obstina en el mal camino,
no rechaza la maldad.
Señor, tu misericordia llega al cielo,
tu fidelidad hasta las nubes;
tu justicia hasta las altas cordilleras,
tus sentencias son como el océano inmenso.
Tú
socorres a hombres y animales;
¡qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios!,
los humanos se acogen a la sombra de tus alas;
se nutren de lo sabroso de tu casa,
les das a beber del torrente de tus delicias,
porque en ti está la fuente viva,
y tu luz nos hace ver la luz.
Prolonga
tu misericordia con los que te reconocen,
tu justicia con los rectos de corazón;
que no me pisotee el pie del soberbio,
que no me eche fuera la mano del malvado.
Han
fracasado los malhechores;
derribados, no se pueden levantar.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant.
Tu luz, Señor, nos hace ver la luz.
Ant.
2.
Señor, tú eres grande, tu fuerza es invencible.
Cántico
Jdt 16, 1-2. 13-15
Dios, creador del mundo y protector de su pueblo
Entonaron
un cántico nuevo (Ap 5,9)
¡Alabad
a mi Dios con tambores,
elevad cantos al Señor con cítaras,
ofrecedle los acordes de un salmo de alabanza,
ensalzad e invocad su nombre!
Porque el Señor es un Dios quebrantador de guerras,
su nombre es el Señor.
Cantaré a mi Dios un cántico nuevo:
Señor, tú eres grande y glorioso,
admirable en tu fuerza, invencible.
Que te sirva toda la creación,
porque tú lo mandaste, y existió;
enviaste tu aliento, y la construiste,
nada puede resistir a tu voz.
Sacudirán las olas los cimientos de los montes,
las peñas en tu presencia se derretirán como cera,
pero tú serás propicio a tus fieles.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant.
Señor, tú eres grande, tu fuerza es invencible.
Ant.
3.
Aclamad a Dios con gritos de júbilo.
Salmo
46
El Señor es rey de todas las cosas
Está
sentado a la derecha del Padre, y su reino no tendrá fin
Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.
Él nos somete los pueblos
y nos sojuzga las naciones;
él nos escogió por heredad suya:
gloria de Jacob, su amado.
Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas:
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad.
Porque Dios es el rey del mundo:
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado.
Los príncipes de los gentiles se reúnen
con el pueblo del Dios de Abrahán;
porque de Dios son los grandes de la tierra,
y él es excelso.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant.
Aclamad a Dios con gritos de júbilo.
|
CÁNTICO
EVANGÉLICO
Ant.
Ten
misericordia de nosotros, Señor, y recuerda tu santa alianza.
Benedictus
Lc 1, 68-79
El
Mesías
y su Precursor
Bendito
sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es
la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para
concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Ya
ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por
la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria
al Padre, y
al
Hijo, y al Espíritu Santo.
Como
era
en
el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant.
Ten
misericordia de nosotros, Señor, y recuerda tu santa alianza.
|
PRECES
Demos
gracias a Cristo con alabanzas continuas, porque no se desdeña de llamar
hermanos a los que santifica con su gracia. Por tanto, supliquémosle:
Santifica a tus hermanos, Señor.
Concédenos, Señor, que con el corazón puro consagremos el principio
de este día en honor de tu resurrección,
–y que santifiquemos el día entero con trabajos que sean de tu agrado.
Tú
que, para que aumente nuestra alegría y se afiance nuestra salvación, nos
das este nuevo día, signo de tu amor,
–renuévanos hoy y siempre para gloria de tu nombre.
Haz que sepamos descubrirte a ti en todos nuestros hermanos,
–sobre todo en los que sufren y en los pobres.
Haz que durante este día estemos en paz con todo el mundo,
–y a nadie devolvamos mal por mal.
Tal
como nos enseñó el Señor, terminemos nuestra oración, diciendo:
Padre
nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como
también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
|