El deber de la educación, que compete en primer lugar a la familia,
requiere la colaboración de toda la sociedad. Además, pues, de los
derechos de los padres y de aquellos a quienes ellos les confían parte
en la educación, ciertas obligaciones y derechos corresponden también a
la sociedad civil, en cuanto a ella pertenece disponer todo lo que se
requiere para el bien común temporal. Obligación suya es proveer de
varias formas a la educación de la juventud: tutelar los derechos y
obligaciones de los padre y de todos los demás que intervienen en la
educación y colaborar con ellos; conforme al principio del deber
subsidiario cuando falta la iniciativa de los padres y de otras
sociedades, atendiendo los deseos de éstos y, además, creando escuelas e
institutos propios, según lo exija el bien común.
Por fin, y por una razón particular, el deber de la educación
corresponde a la Iglesia no sólo porque debe ser reconocida como
sociedad humana capaz de educar, sino, sobre todo, porque tiene el deber
de anunciar a todos los hombres el camino de la salvación, de comunicar
a los creyentes la vida de Cristo y de ayudarles con atención constante
para que puedan lograr la plenitud de esta vida. La Iglesia, como Madre,
está obligada a dar a sus hijos una educación que llene su vida del
espíritu de Cristo y, al mismo tiempo, ayuda a todos los pueblos a
promover la perfección cabal de la persona humana, incluso para el bien
de la sociedad terrestre y para configurar más humanamente la
edificación del mundo.
Varios medios para la educación cristiana
4. En el cumplimiento de la función de educar, la Iglesia se preocupa
de todos los medios aptos, sobre todo de los que le son propios, el
primero de los cuales es la instrucción catequética, que ilumina y
robustece la fe, anima la vida con el espíritu de Cristo, lleva a una
consciente y activa participación del misterio litúrgico y alienta a una
acción apostólica. La Iglesia aprecia mucho y busca penetrar de su
espíritu y dignificar también los demás medios, que pertenecen al común
patrimonio de la humanidad y contribuyen grandemente al cultivar las
almas y formar los hombres, como son los medios de comunicación social,
los múltiples grupos culturales y deportivos, las asociaciones de
jóvenes y, sobre todo, las escuelas.
Importancia de la escuela
5. Entre todos los medios de educación, el de mayor importancia es la
escuela, que, en virtud de su misión, a la vez que cultiva con asiduo
cuidado las facultades intelectuales, desarrolla la capacidad del recto
juicio, introduce en el patrimonio de la cultura conquistado por
lasgeneraciones pasadas, promueve el sentido de los valores, prepara a
la vida profesional, fomenta el trato amistoso entre los alumnos de
diversa índole y condición, contribuyendo a la mutua comprensión;
además, constituye como un centro de cuya laboriosidad y de cuyos
beneficios deben participar a un tiempo las familias, los maestros, las
diversas asociaciones que promueven la vida cultural, cívica y
religiosa, la sociedad civil y toda la comunidad humana.
Hermosa es, por tanto, y de suma importancia la vocación de todos los
que, ayudando a los padres en el cumplimiento de su deber y en nombre de
la comunidad humana, desempeñan la función de educar en las escuelas.
Esta vocación requiere dotes especiales de alma y de corazón, una
preparación diligentísima y una facilidad constante para renovarse y
adaptarse.
Obligaciones y derechos de los padres
6. Es preciso que los padres, cuya primera e intransferible
obligación y derecho es el de educar a los hijos, tengan absoluta
libertad en la elección de las escuelas. El poder público, a quien
pertenece proteger y defender la libertad de los ciudadanos, atendiendo
a la justicia distributiva, debe procurar distribuir las ayudas públicas
de forme que los padres puedan escoger con libertad absoluta, según su
propia conciencia, las escuelas para sus hijos.
Por los demás, el Estado debe procurar que a todos los ciudadanos sea
accesible la conveniente participación en la cultura y que se preparen
debidamente para el cumplimiento de sus obligaciones y derechos civiles.
Por consiguiente, el mismo Estado debe proteger el derecho de los niños
a una educación escolar conveniente, vigilar la capacidad de los
maestros y la eficacia de los estudios, mirar por la salud de los
alumnos y promover, en general, toda la obra escolar, teniendo en cuenta
el principio de que su función es subsidiario y excluyendo, por tanto,
cualquier monopolio de las escuelas, que se opone a os derechos nativos
de la persona humana, al progreso y a la divulgación de la misma
cultura, a la convivencia pacífica de los ciudadanos y al pluralismo que
hoy predomina en muchas sociedades.
El Sagrado Concilio exhorta a los cristianos que ayuden de buen grado
a encontrar los métodos aptos de educación y de ordenación de los
estudios y a formar a los maestros que puedan educar convenientemente a
los jóvenes y que atiendan con sus ayudas, sobre todo por medio de
asociaciones de los padres de familia, toda la labor de la escuela
máxime la educación moral que en ella debe darse.
La educación moral y religiosa en todas las escuelas
7. Consciente, además, la Iglesia del gravísimo deber de procurar
cuidadosamente la educación moral y religiosa de todos sus hijos, es
necesario que atienda con afecto particular y con su ayuda a los
muchísimos que se educan en escuelas no católicas, ya por medio del
testimonio de la vida de los maestros y formadores, ya por la acción
apostólica de los condiscípulos, ya, sobre todo, por el ministerio de
los sacerdotes y de los seglares, que les enseñan la doctrina de la
salvación, de una forma acomodada a la edad y a las circunstancias y les
prestan ayuda espiritual con medios oportunos y según la condición de
las cosas y de los tiempos.
Recuerda a los padres la grave obligación que les atañe de disponer,
a aun de exigir, todo lo necesario para que sus hijos puedan disfrutar
de tales ayudas y progresen en la formación cristiana a la par que en la
profana. Además, la Iglesia aplaude cordialmente a las autoridades y
sociedades civiles que, teniendo en cuenta el pluralismo de la sociedad
moderna y favoreciendo la debida libertad religiosa, ayudan a las
familias para que pueda darse a sus hijos en todas las escuelas una
educación conforme a los principios morales y religiosos de las
familias.
Las escuelas católicas
8. La presencia de la Iglesia en la tarea de la enseñanza se
manifiesta, sobre todo, por la escuela católica. Ella busca, no es menor
grado que las demás escuelas, los fines culturales y la formación humana
de la juventud. Su nota distintiva es crear un ambiente comunitario
escolástico, animado por el espíritu evangélico de libertad y de
caridad, ayudar a los adolescentes para que en el desarrollo de la
propia persona crezcan a un tiempo según la nueva criatura que han sido
hechos por el bautismo, y ordenar últimamente toda la cultura humana
según el mensaje de salvación, de suerte que quede iluminado por la fe
el conocimiento que los alumnos van adquiriendo del mundo, de la vida y
del hombre. Así, pues, la escuela católica, a la par que se abre como
conviene a las condiciones del progreso actual, educa a sus alumnos para
conseguir eficazmente el bien de la ciudad terrestre y los prepara para
servir a la difusión del Reino de Dios, a fin de que con el ejercicio de
una vida ejemplar y apostólica sean como el fermento salvador de la
comunidad humana.
Siendo, pues, la escuela católica tan útil para cumplir la misión del
pueblo de Dios y para promover el diálogo entre la Iglesia y la sociedad
humana en beneficio de ambas, conserva su importancia trascendental
también en los momentos actuales. Por lo cual, este Sagrado Concilio
proclama de nuevo el derecho de la Iglesia a establecer y dirigir
libremente escuelas de cualquier orden y grado, declarado ya en
muchísimos documentos del Magisterio, recordando al propio tiempo que el
ejercicio de este derecho contribuye grandemente a la libertad de
conciencia, a la protección de los derechos de los padres y al progreso
de la misma cultura.
Recuerden los maestros que de ellos depende, sobre todo, el que la
escuela católica pueda llevar a efecto sus propósitos y sus principios.
Esfuércense con exquisita diligencia en conseguir la ciencia profana y
religiosa avalada por los títulos convenientes y procuren prepararse
debidamente en el arte de educar conforme a los descubrimientos del
tiempo que va evolucionando. Unidos entre sí y con los alumnos por la
caridad, y llenos del espíritu apostólico, den testimonio, tanto con su
vida como con su doctrina, del único Maestro Cristo.
Colaboren, sobre todo, con los padres; juntamente con ellos tengan en
cuenta durante el ciclo educativo la diferencia de sexos y del fin
propia fijado por Dios y cada sexo en la familia y en la sociedad;
procuren estimular la actividad personal de los alumnos, y terminados
los estudios, sigan atendiéndolos con sus consejos, con su amistad e
incluso con la institución de asociaciones especiales, llenas de
espíritu eclesial. El Sagrado Concilio declara que la función de estos
maestros es verdadero apostolado, muy conveniente y necesario también en
nuestros tiempos, constituyendo a la vez un verdadero servicio prestado
a la sociedad. Recuerda a los padres cristianos la obligación de confiar
sus hijos, según las circunstancias de tiempo y lugar, a las escuelas
católicas, de sostenerlas con todas sus fuerzas y de colaborar con ellas
por el bien de sus propios hijos.
Diversas clases de escuelas católicas
9. Aunque la escuela católica pueda adoptar diversas formas según las
circunstancias locales, todas las escuelas que dependen en alguna forma
de la Iglesia han de conformarse al ejemplar de ésta. La Iglesia aprecia
también en mucho las escuelas católicas, a las que, sobre todo, en los
territorios de las nuevas Iglesias asisten también alumnos no católicos.
Por lo demás, en la fundación y ordenación de las escuelas católicas,
hay que atender a las necesidades de los progresos de nuestro tiempo.
Por ello, mientras hay que favorecer las escuelas de enseñanza primaria
y media, que constituyen el fundamento de la educación, también hay que
tener muy en cuenta las requeridas por las condiciones actuales, como
las escuelas profesionales, las técnicas, los institutos para la
formación de adultos, para asistencia social, para subnormales y la
escuela en que se preparan los maestros para la educación religiosa y
para otras formas de educación.
El Santo Concilio exhorta encarecidamente a los pastores de la
Iglesia y a todos los fieles a que ayuden, sin escatimar sacrificios, a
las escuelas católicas en el mejor y progresivo cumplimiento de su
cometido y, ante todo, en atender a las necesidades de los pobres, a los
que se ven privados de la ayuda y del afecto de la familia o que no
participan del don de la fe.
Facultades y universidades católicas
10. La Iglesia tiene también sumo cuidado de las escuelas superiores,
sobre todo de las universidades y facultades. E incluso en las que
dependen de ella pretende sistemáticamente que cada disciplina se
cultive según sus principios, sus métodos y la libertad propia de la
investigación científica, de manera que cada día sea más profunda la
comprensión de las mismas disciplinas, y considerando con toda atención
los problemas y los hallazgos de los últimos tiempos se vea con más
exactitud cómo la fe y la razón van armónicamente encaminadas a la
verdad, que es una, siguiendo las enseñanzas de los doctores de la
Iglesia, sobre todo de Santo Tomás de Aquino. De esta forma, ha de
hacerse como pública, estable y universal la presencia del pensamiento
cristiano en el empeño de promover la cultura superior y que los alumnos
de estos institutos se formen hombres prestigiosos por su doctrina,
preparados para el desempeño de las funciones más importantes en la
sociedad y testigos de la fe en el mundo.
En las universidades católicas en que no exista ninguna Facultad de
Sagrada Teología, haya un instituto o cátedra de la misma en que se
explique convenientemente, incluso a los alumnos seglares. Puesto que
las ciencias avanzan, sobre todo, por las investigaciones especializadas
de más alto nivel científico, ha de fomentarse ésta en las universidades
y facultades católicas por los institutos que se dediquen principalmente
a la investigación científica.
El Santo Concilio recomienda con interés que se promuevan
universidades y facultades católicas convenientemente distribuidas en
todas las partes de la tierra, de suerte, sin embargo, que no
sobresalgan por su número, sino por el prestigio de la ciencia, y que su
acceso esté abierto a los alumnos que ofrezcan mayores esperanzas,
aunque de escasa fortuna, sobre todo a los que vienen de naciones recién
formadas.
Puesto que la suerte de la sociedad y de la misma Iglesia está
íntimamente unida con el progreso de los jóvenes dedicados a estudios
superiores, los pastores de la Iglesia no sólo han de tener sumo cuidado
de la vida espiritual de los alumnos que frecuentan las universidades
católicas, sino que, solícitos de la formación espiritual de todos sus
hijos, consultando oportunamente con otros obispos, procuren que también
en las universidades no católicas existan residencias y centros
universitarios católicos, en que sacerdotes, religiosos y seglares, bien
preparados y convenientemente elegidos, presten una ayuda permanente
espiritual e intelectual a la juventud universitaria. A los jóvenes de
mayor ingenio, tanto de las universidades católicas como de las otras,
que ofrezcan aptitudes para la enseñanza y para la investigación, hay
que prepararlos cuidadosamente e incorporarlos al ejercicio de la
enseñanza.
Facultades de Ciencias Sagradas
11. La Iglesia espera mucho de la laboriosidad de las Facultades de
ciencias sagradas. Ya que a ellas les confía el gravísimo cometido de
formar a sus propios alumnos, no sólo para el ministerio sacerdotal,
sino, sobre todo, para enseñar en los centros eclesiásticos de estudios
superiores; para la investigación científica o para desarrollar las más
arduas funciones del apostolado intelectual. A estas facultades
pertenece también el investigar profundamente en los diversos campos de
las disciplinas sagradas de forma que se logre una inteligencia cada día
más profunda de la Sagrada Revelación, se descubra más ampliamente el
patrimonio de la sabiduría cristiana transmitida por nuestros mayores,
se promueva el diálogo con los hermanos separados y con los
no-cristianos y se responda a los problemas suscitados por el progreso
de las ciencias.
Por lo cual, las Facultades eclesiásticas, una vez reconocidas
oportunamente sus leyes, promuevan con mucha diligencia las ciencias
sagradas y las que con ellas se relacionan y sirviéndose incluso de los
métodos y medios más modernos, formen a los alumnos para las
investigaciones más profundas.
La coordinación escolar
12. La cooperación que en el orden diocesano, nacional o
internacional se aprecia y se impone cada día más, es también sumamente
necesaria en el campo escolar; hay que procurar, con todo empeño, que se
fomente entre las escuelas católicas una conveniente coordinación y se
provea entre éstas y las demás escuelas la colaboración que exige el
bien de todo el género humano.
De esta mayor coordinación y trabajo común se recibirán frutos
espléndidos, sobre todo en el ámbito de los institutos académicos. Por
consiguiente, las diversas facultades de cada universidad han de
ayudarse mutuamente en cuanto la materia lo permita. Incluso las mismas
universidades han de unir sus aspiraciones y trabajos, promoviendo de
mutuo acuerdoreuniones internacionales, distribuyéndose las
investigaciones científicas, comunicándose mutuamente lo hallazgos,
intercambiando temporalmente los profesores y proveyendo todo lo que
pueda contribuir a una mayor ayuda mutua.
CONCLUSIÓN
El Santo Concilio exhorta encarecidamente a los mismos jóvenes a que,
conscientes del valor de la función educadora, estén preparados para
abrazarla con generosidad, sobre todo en las regiones en que la
educación de la juventud está en peligro por falta de maestros.
El mismo Santo Concilio, agradeciendo a los sacerdotes, religiosos,
religiosas y seglares, que con su entrega evangélica se dedican a la
educación y a las escuelas de cualquier género y grado, los exhorta a
que perseveren generosamente en su empeño y a que se distingan en la
formación de los alumnos en el espíritu de Cristo, en el arte pedagógico
y en el estudio de la ciencia, de forma que no sólo promuevan la
renovación interna de la Iglesia, sino que sirvan y acrecienten su
benéfica presencia en el mundo de hoy, sobre todo en el intelectual.
Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Declaración han
obtenido el beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en
virtud de la potestad apostólica recibida de Cristo, juntamente con los
Venerables Padre, las aprobamos, decretamos y establecemos con el
Espíritu Santo y mandamos que lo así decidido conciliarmente sea
promulgado para la gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, 28 de octubre de 1965.